Luna con faro, de Joseph Wrigth |
Luna nueva
Tenía que haber mirado el
calendario.
Prometo que será la última vez
que se me ocurrirá ir de fiesta y no fijarme en el almanaque, especialmente, en
esos símbolos absurdos que marcan los ciclos lunares. En la próxima ocasión, los
ojearé con atención, sobre todo, antes de meterme (decidido, arrogante,
cazador) en la selva de pubs de mi ciudad una Nochevieja como la de ayer,
lóbrega, confusa, irreal. Tanto que me resultó muy fácil acercarme a aquella
chica solitaria de la barra; invitarla a unos chupitos; charlar animadamente
sobre todo y nada; convencerla de que nos saliésemos fuera (¿qué tenemos que ver tú y yo con esta
chusma?); adentrarnos en la oscura luna nueva con la conciencia tranquila y
el ánimo excitado; explorarnos, finalmente, el uno al otro, y comprobar que, en
lugar de un precipicio de placer, me topé
con una perpendicular enhiesta, infinita, tan masculina que todavía hoy no
puedo - ni quiero- olvidar.
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