Otras Navidades. Aquellas que pasaba en el taller de costura de mi madrina, en la casa vieja de la Placica. Todo lo recuerdo vivamente, las puertas grises, agrietadas, la salita de recibir, donde probaba los vestidos; la cocina, con su chimenea falsa y el hornillo de carbón donde solo se guisaban recetas de toda la vida, las hornacinas con lejas forradas de puntilla antigua y su porcelana deslucida. Arriba, la mejor de las habitaciones: aquella que había sido dormitorio, tenía un vestidor y unas puertas de cristal con visillos. Allí solo quedaban un par de colchones hacinados y un rincón donde se amontonaban tebeos, libros y figurines de moda. Me encantaba. En la semioscuridad, yo podía sumergirme en mis lecturas durante horas. Solo algo me sobrecogía en el cuartucho de al lado, sobre una mesilla abandonada, un tazón de loza amarillenta donde ardía perennemente una mariposa en aceite por Dios sabe qué santo olvidado.
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