UN ENCUENTRO
Autorretrato, de Alfonso Ponce de León
Estaba haciendo dedo en la cuneta, llevaba el pelo largo y una mochila mugrienta. Paré y entró en el coche dándome las gracias con una sonrisa luminosa. Un dulzón olor a pachuli le acompañaba. Viajamos, conversando sin cesar, por carreteras secundarias, atravesando parameras, arroyos y pueblos fantasmales. Cuando anocheció, nos detuvimos junto a un encinar. Al calor de una hoguera compartimos porros y bocadillos. Mi nuevo amigo defendía con pasión sus ideales. Me animó a que volviera a la universidad y abandonara el trabajo de representante farmacéutico con el que me ganaba la vida. Los jóvenes teníamos el deber de transformar el mundo. Al día siguiente, en una encrucijada, nos despedimos con un abrazo. No he vuelto a verlo hasta esta tarde, en las noticias. Se sentaba en el banquillo de los acusados del juicio de las tarjetas Black. Había envejecido, pero seguía teniendo la misma voz apasionada que cambió mi destino aquella noche de octubre.
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