Se me olvidó que te olvidé aunque nada se me olvida. (Bebo Valdés)
Al dejar la maleta en el suelo, Luna sintió un levísimo vahído hasta que reconoció que la puerta que acababa de abrir era la de su casa y que aquel tapiz frente a ella, era el que le había regalado su amiga Dori años atrás mientras lloraba una pena de amor irremediable. El desconcierto apenas duró un segundo, pero ese segundo confuso le adviritió de que ése había sido su último viaje. No podía quejarse, dirían todos: conocía noventa y tres ciudades, había cruzado tres desiertos y navegado en doce mares; y todo ello, sin naufragios. Solo los del amor, pero esos, no importan. “Tengo que escribirlo todo, despacito y con buena letra, como me aconsejó el doctor para que no se me olvide quién soy y lo hermosa que ha sido mi vida”. Luego, puso a Bebo Valdés, encendió una velita y se dispuso a deshacer la maleta.
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