Cebollas en cesta, de Cristina Rubalcava |
Mientras
la silueta catedralicia emerge con voluntad de esfinge, un hombre
taciturno camina por la Calle Mayor ajeno a la furia de los vientos
encontrados, díscolos como sueños. Su semblante está guiado por un
fuerte propósito y la barba de confines ciertos ahonda su mirada. Se
diría que el tiempo de tomar la decisión se le está acabando. Por
eso, al pasar junto al colegio de Santo Domingo, ignora el comentario
de dos jóvenes estudiantes que, como si fuera un hallazgo de mérito,
comentan:
—El
maestro es igual que Larra.
Ya
en el Instituto, en la soledad del departamento, se acerca al
ventanal con las manos en los bolsillos. El otoño sestea y un
pájaro, que choca su pico en el cristal, rompe el silencio de su
determinación. Da media vuelta, se sienta ante el portátil y grita
desaforado:
—¡Que se devanen los sesos!
Y
escribe: CEBOLLA/ÓLEO
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