A PEDIR DE BOCA
Esa mañana, cuando la televisiva
cocinera Julie Andrieu se dirige a L’Aveyron en su cabriolet rojo, descubre un lugar de reminiscencias medievales,
ideal para desconectar.
Su encuentro con Jérôme anoche
fue sumamente desagradable. Estuvo grosero, cruel. Pero su programa
gastronómico la llevaba hoy lejos de París, de su apartamento en la avenida
Montaigne, de su discusión con aquel desagradecido haragán, para descubrirle a
sus “fidespectadores” este encantador paraje, cuna del Roquefort.
Para el banquete, Julie ha
preparado de madrugada unos filetitos ahumados que encajarán maravillosamente
con el aligot averonés. Lleva con
ella su grande casserole y, a ratos,
la mira de reojo. Las lágrimas escapan al aire, en una homogénea mezcla de
arrepentimiento, miedo y velocidad.
Al parar en el rocoso refugio, una
mariposa se posa en su coqueto carnet
de recetas. Es entonces cuando siente que todo saldrá a pedir de boca. No hay
nada que un flambeado no pueda hacer pasar por ternero, cortado a cuchillo de
Laguiole…
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