Cenicienta, de Loboutin |
SIN
PERDÓN
Encendió un último
cigarrillo. La suave eclosión química en su paladar le infundió fuerzas.
Ha llegado la hora
de empuñar juntos el acero, se dijo para sí recordando a su madre. La tormenta
de nieve. La casa a oscuras. El violento golpe de la puerta al abrirse. El
escondite bajo la mesa camilla. Los gritos de su madre. El terror, el
sufrimiento, la violencia. Los insultos del hombre. Los ladridos de Laika. El silencio. El llanto de días
eternos. La soledad. El purgatorio de consultas de médicos y psicólogos. El
juicio. La cita a ciegas por internet. Burundanga en la bebida de él… Ahora acabaría
su tormento.
Rendido a sus pies en el callejón, primero le introdujo
el tacón de grueso alambre en un ojo, luego en el otro. Después lo clavó cuatro
veces en su abdomen. El hombre empezó a desangrarse lentamente.
Llamó
a la policía y se entregó. El tiempo del odio había terminado.
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