Ella me contaba historias con frecuencia y se sabía tantas que nunca se agotaban, historias verdaderas e inventadas, alegres y crueles, cómicas y tristísimas, historias completas que parecían grandes y luego eran pequeñas, porque formaban parte de una historia mayor, de una historia infinita…la historia de la sabiduría popular y de la curiosidad, la historia del conocimiento, la historia que quien sabe mucho de la vida entrega a quien apenas sabe nada para que, en lugar de dividirse y olvidarse, crezca más y viva siempre.
Pero sobre todo me enseñó con sus historias un camino, un destino, una forma de mirar al mundo y que las preguntas verdaderamente importantes son siempre más importantes que cualquiera de sus respuestas.
Al final de su vida, logré que mi abuela disfrutara tomando Martini conmigo al comienzo de sus historias pero ella me enseñó también que las fresas le dan un toque especial.
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