AQUÍ FALTA ALGO
Por la mañana, cuando miraba con mi móvil las noticias, intuí algo raro, no con los asuntos tratados, sino con la forma adoptada para narrarlos. Intranquilo, fui a comprobar mis malos augurios: ¡Dios Santo! Todos los libros y diarios habían mudado por completo. Mis prosistas y bardos favoritos mostraban cambios significativos. Sin asimilar la situación, corrí las cortinas blancas y vi, agazapado bajo los mirtos, a un pinzón diminuto tragando sin pausa, como un monomaníaco voraz, unas grafías muy utilizadas, amontonadas por millardos por mi jardín. ¿Un pinzón había provocado un cataclismo global? Ya nunca podría pronunciar mi sonoro antropónimo, ni mi distintivo patronímico. Adiós a mi ocupación vocacional, ahora soy instructor o ayo. Aun así mi mundo continuaba girando, discurrí con filosofía, podía imaginar fábulas y parábolas, viajar por sitios ignotos, mirar pantallas y cocinar sabrosas viandas. Sí, intuí con claridad absoluta, a la larga, subsistiría dichoso, aclimatado a una vida sin la magnífica “E” finiquitada.
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