LA COSECHA DORADA
En el corazón del desierto la luna desvelaba arcanos como un farol de plata en la intemperie. Los suricatos, reunidos en asamblea alrededor del puñado de monedas que habíamos distraído a los turistas intrusos con nuestras ágiles manos, debatíamos el destino de tan preciado botín. Pensábamos sortearlo en la tribu, usar las monedas como pesas de gimnasio, fichas de juegos o trofeo de campeonatos.
Pero había un problema: las monedas eran pocas, los suricatos muchos.
Nuestro líder, el insigne Cinéreo Estro, adornado con una cicatriz de oreja a oreja, gentileza del ominoso Jackal Dick, levantó la voz para formular su ingeniosa propuesta mientras un empellón del siroco levantó partículas de arena, haciendo que los demás nos apretáramos unos contra otros, expectantes.
-“Las sembraremos para cosechar muchas más el año que viene y así alcancen para todos”.
Ahora todos, y yo también, esperamos impacientes la llegada de la primavera con ojo inquieto si la lluvia tarda.