Luna de hielo
En el aire conmovido
mueve la luna sus brazos
F. G. Lorca
- Pase, señorito. Tómese un poco de caldo. Es de gallina negra.
Mientras miraba la cuna vacía, rechazó la oferta con su mejor sonrisa, esa que regalaba en las fiestas a las que asistía en la capital nazarí.
- Voy a avisar a la su Carmen, que ella le explique lo de la era.
Al momento, llegó una gitana azabache y desierto.
- Yo no vi venir a nadie. Allí solo estaba la luna. Mi niño lloraba y a mí los pechos, duros, se me reventaban. Quería amamantarlo, pero no me dio tiempo. La luna se lo llevó y todavía mis senos, mírelos, todavía de dolor suspiran.
Unos pechos preñados de cobre segaron el aliento del poeta. Al salir de la cueva, miró al cielo. La misma luna que años después iluminaba un barranco una madrugada de agosto, cortaba la noche con una sonrisa de hielo.