Ana
Nerviosa y con la duda de si vendrá o no, Ana enciende un cigarrillo. Se mueve por el salón pendiente del teléfono .Va. Viene. Sabe que esta situación a su edad es inviable pero está enganchada al ruso como si fuera una droga. Lo suyo es pura pasión. Su cuerpo escultural y joven, como el del Fauno Barberini, la vuelve loca. No le importa que esté casado. Siempre que está con él disfruta el momento, entregándose sin cortapisas, hasta la extenuación. Su vida parece la de un personaje del cine de Chabrol.
El ruido del motor de un coche despierta aún más sus ansias. Se asoma y ve el tiburón negro de la Embajada. Es él, Mijail. ¿Habrá suficiente whisky? ¿Y tabaco?
La alfombra del salón, repleta de huellas de otras tardes, está lista para recibir a los dos cuerpos enloquecidos por un amor imposible. Se entregarán una vez más con las mismas fuerzas de la primera vez.
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