El latido de la selva, de M. Óscar Menassa |
PERPLEJIDAD
El sabor dulce y jugoso de la
carne del antílope le resultó suculento. Había arrastrado el
cuerpo exánime a una horquilla del baobab para devorarlo
tranquilamente, lejos de los depredadores de la sabana. Desde su
atalaya contemplaba el borde de la selva, una muralla verde que se
perdía en la lejanía. De pronto, el viento le trajo unos sonidos
extraños, unos aromas desconocidos. Descendió del gran gigante
arbóreo y se internó en el laberinto de lianas y espesura que era
su hogar. Por un sendero de elefantes desfilaba una hilera de seres
extraños, escandalosos, que parloteaban como los micos. Jamás había
visto a ningún animal tan imprudente y descuidado. Pero la
curiosidad le azuzaba y después de seguirlos durante varias horas,
espero a que alguno quedara rezagado. Entonces se abalanzó sobre él
y le desgarró la yugular con sus afilados colmillos. Tarzán se
sorprendió de cuánto se parecía a sí mismo aquel ser que
agonizaba bajo la sangrienta luna.
No hay comentarios:
Publicar un comentario