VIAJE DE VUELTA
Ella permanece inmóvil y finge que duerme, sin alborotar las sábanas, como hace tiempo. Los sudores nocturnos la dejan exhausta. Aparecen sin avisar cuando duerme, sin motivo. El sofoco llega como una ola y se derrumba sobre ella mojándola entera, sus senos, sus muslos, su cuello; sobre todo su cuello, donde ya no soporta ni la medallita de la Virgen que ha lucido treinta y dos años, desde que él se la regaló.
El la contempla apesadumbrado porque fue su primer sueldo y su primer beso pero ahora la ve allí, abandonada en el espejo del tocador, como un cadáver lastimoso. Decidido, se la echó al bolsillo, le pidió que se vistiera y cuando llegaron al escaparate de una agencia de viajes lleno de fotografías enormes de playas, transatlánticos, lunas blancas y desiertos rojos le dijo:
— De aquí no me muevo hasta que elijas el lugar del planeta donde volverás a besarme y a lucirla.
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