Poco a poco me fui percatando de que el negocio en el que había invertido todos mis
ahorros, la perfumería “Pachuli”, era un verdadero fracaso. Tras los sucesivos rebrotes
de la pandemia, media población padecía anosmia y a la otra mitad no deseaba
derrochar el dinero en un producto superfluo. Había que renovarse o morir. Entonces,
ayudado por un maestro perfumero, creé una gama de esencias diferentes: el aroma
“Un ave insólita canta en el almez dulcemente”, la fragancia “Tupido en el octubre
como bóveda” o la colonia “En vano espero tu palabra escrita”. Estos perfumes se
consumían en pequeños comprimidos y, al instante, sus efluvios emanaban por los
poros de la piel, sumiendo al consumidor en una sensación embriagadora Tuvimos un
éxito arrollador. Lo malo son los efectos secundarios que provocan. Hasta ahora, una
desmedida y apasionada afición por la creación poética, y la atracción incontenible por
la luna y los taponicos de absenta.
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