Nana de la cebolla, Maribel Moreno |
TRAS
SALTAR LA VERJA.
Tras
saltar la verja, silencio. Sabía que no estaba bien, pero debía
hacerlo. Esperé unos minutos mientras observaba detenidamente el
jardín. Nada se movía, sólo el silencio y yo nos agazapamos entre
los rosales. Me moví con cautela acercándome al muro principal del
edificio. No se veían luces. Intenté ser parte de aquel muro, como
si mi cuerpo volviera a ser el barro de aquellos ladrillos. Masa
primigenia con un soplo de vida. Distinguí una leve luz tras el
cristal de una ventana baja. No pude evitar querer saber…y miré.
Una anciana sentada en un vetusto sillón observaba un bellísimo
óleo, sostenía una copa en su mano mientras una lágrima lenta,
parsimoniosa recorría su rostro.
Me
arrastré hacia la parte trasera del edificio, tal y como me dijeron
allí había un huerto. Arranqué todas las cebollas que pude echarme
a los bolsillos. Lloraba en silencio…mis hijos cenarían aquella
noche…
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