El trasplante de córnea del “sus doméstica” ha sido todo un éxito. Después de pasar largos años en la ominosa oscuridad de la ceguera, por fin percibo nítidamente los contornos del universo. Lo malo es esta rara atracción que experimento hacia las inmundicias. Mi mujer intenta satisfacerme con recetas que simulan el sabor y la textura de los alimentos repulsivos que ahora me apetecen. Ella ignora que, cuando cae noche, me levanto del lecho atormentado por una extraña pulsión. Casi a oscuras, alumbrado por la tenue luz de una mariposa que señala el camino hacia la puerta de la calle, salgo de mi casa y paseo por las solitarias avenidas. Inspecciono los contenedores de basura de los alrededores. Rebusco y saboreo con deleite los más repugnantes desperdicios. Sospecho que los médicos deberían haberme informado de que el “sus doméstica” es el nombre culto del cerdo vulgar.
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