TE HE DEJADO UN POCO
Cuando llegué al cuartel mi amigo del pueblo ya poseía la estolidez alcohólica de los abuelos que esperan desesperados “la blanca”.
Esta antigüedad le permitía dormir en la cama, relegándome al piso, cuando coincidíamos a pernoctar algún fin de semana de libranza en el cuarto de una pensión que compartíamos
Al licenciarse heredé la habitación y un chorizo que le envió su madre. Tras los primeros tajos, lo colgué de una cuerda con una pinza enorme para protegerlo de los ratones.
Al alba, embutido y pinzón estaban mordisqueados. Así, noche tras noche, fue menguando el chorizo.
Buscando al ladronzuelo, moví la cama, el armario, rocié de aguardiente todos los orificios de la estancia hasta que quedé exhausto y dormí.
De noche, a la luz de la luna, me despertó una vocecilla cercana y entonces lo vi. La silueta del hombrecillo sentado en mi regazo me hablaba con la boca llena:
-“Te he dejado un poco, Juanjo”.
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