LA NIÑA CHOLE
Muchos años después, frente a la pantalla del cinematógrafo, Ramón María habría de recordar la tarde aciaga en que conoció a la Niña Chole. Aquellas imágenes marinas le evocaron sus años mozos, cuando viajó, rumbo a Méjico, a bordo de una fragata. Aprovechando la bonanza, Chole arrojaba reales por la borda, para deleitarse en la contemplación de los cuerpos semidesnudos de los marineros que intentaban recuperarlos buceando. Inopinadamente, la aleta de un tiburón se recortó en el horizonte. Excitada por el peligro, Chole tiró al mar un centén de oro. Sebastián, un gigante de ébano, fue a buscarlo sin pensárselo dos veces. Después, un temblor estremeció la superficie de las aguas y las profundidades vomitaron un borbotón sanguinolento. Chole musitó: “Para el más valiente” y arrojó un puñado de centenes al mar con un brillo diabólico en la mirada. Lo sé porque yo estaba allí, y vi también ese fulgor en los ojos de Valle.
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