Rafael
fue siempre parco en palabras y gestos, aún siendo un hombre
atractivo y de porte atlético. Se acercó al grupo a través de
Pedro, un chaval hiperactivo y bastante caótico; el primero en
fumar, en emborracharse, en conducir, en enamorarse hasta las
trancas, en tener relaciones…según el mismo contaba. Pero Rafael
era distinto, barajaba sus palabras antes de lanzarlas, mantenía un
silencio ambiguo antes de emitir su conformidad, o no, ante una
discusión, acostumbraba a cruzar sus manos ante su cuerpo como
defendiéndose de no se sabía qué. Y esa actitud fue lo que me
atrapó de él.
Comenzamos
a separarnos del grupo, a quedar en vernos nosotros solos, a pasear
buscando nuestras manos, o mejor todavía, el roce fortuito de
nuestros cuerpos…
Aún
me ruborizo al recordarlo.
Fue
nuestra primera vez y dijo:
“Quisiera
ser eternamente la sonrosada luna de tu virgen selva”.
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